lunes, 14 de septiembre de 2015

Los Duendes
por Jorge Sosa
Los duendes no se esconcen,
no saben esconderse,
no podrían hacerlo.
Son dueños de las luces, los ojos, las sonrisas.
Son solcitos de noche,
semillas de infinito
que amanecen de ocaso y se acuestan al alba,
cuando el amor se queda a soñar con amor.
Después vienen los otros,
los duendes de los días,
después vienen los niños.
Ocurre que tanto
ser serios y ser tristes,
adustos y formales hasta en el optimismo,
nos vamos olvidando de ver y no los vemos,
nos vamos olvidando de ser y no sentimos
nos vamos olvidando de la piel vibradora,
la lágrimas que salta, (vidrierita del amla),
el beso y el abrazo,
el silencio con vuelo,
el grito que se escapa de tanto ser suspiro,
la locura del verso
y el canto primitivo.
Nos vamos olvidando
de ser nosotros mismos.
Los duendes no se esconden.
El asunto es sencillo:
no sabemos hallarlos,
nos cuesta la inocencia,
nos fallan los sentidos.
Pero están,
están todos:
el duende de la magia (el que arrastra la luna),
el duende de los cantos (el que afina los grillos),
el del amor travieso,
el del agua y las flores,
el viajero del viento (señor de los molinos),
el que cuenta los cuentos,
el que alienta los miedos,
el que baila en el vino,
el que inventa los hijos.
Están
y nos esperan.
Dicen algunos locos, soñadores, poetas,
que algunos pocos locos, soñadores, poetas,
han logrado reunirlos.

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