jueves, 20 de agosto de 2015

    Y entonces tú.
    Entonces me creciste
    de un eco dulce que en la fe llevaba.
    Yo te besé en la luz,
    donde se besan...
    la madera, los pájaros y el agua,
    porque era necesario que tuvieras
    un clima donde andar con tu milagro,
    una lluvia de júbilo a tu diestra
    y un badajo de sol por las mañanas.
    Era tan necesario darte espacio,
    lugar en la canción,
    sitio en el alba,
    mientras yo hilaba mi canción agreste
    con el viento que hilaba tu costado.

    Por eso fue distinto,
    parecía
    que el río te llevaba de la mano
    para que hasta la sal te conociera
    antes de ser espuma entre las aguas.
    Ibas hacia la noche como el día
    con un paso apagado y otro en llamas,
    lenta de tu misterio,
    promovida
    por un rumor de niños y campanas.
    Y hubo que hacer de nuevo cada cosa:
    la minuciosa flor, la lluvia;
    tanto
    que llegada al amor no fue posible
    penetrar en lo muerto y olvidarte,
    porque tú,
    fundadora, regresabas
    hasta habitar mi voz con tu imbatible
    diapasón de nacer,
    prieto en la carne;
    propagadora de la miel del mundo,
    llegaste a mi canción con tu rescate
    y en realidad fue nueva cada cosa
    a partir de la luna en que llegaste.
    Armando Tejada Gómez

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