domingo, 21 de septiembre de 2014

Mi niño,

gota intacta de azúcar en sueño,

he cruzado el umbral donde el ángel

resguarda tu frente ya en calma.

Tú eres el trigo que nutre mi dicha,

la nata del juego, la miel de inocencia.

Es tu ropaje un juguete de paz que

dispara sonrisas.

Beso tu frente y altero el respiro en que

crecen tus sueños. Quiero sembrar una

gota de luz en tus párpados quietos, sí,

quiero alumbrar tu mejilla silente de un

beso de soles.

Duermes, duermes y entonces despiertan

tus sueños, tus risas, tus frágiles manos.

Todo es descanso en tu boca pequeña,

tanta sonrisa no alcanza a contarse con

tantas estrellas que abrigan tu vida.

Duermes azul como un libro de cuentos,

duermes y cada cabello despierta a bailar

con tu aroma de risa.

Hoy fui severo contigo, llegaste feliz a

contarme que el viento no puede mirarse.

Yo dije que sí revolviendo tu idea,

y de nuevo dijiste que no, que eso no era

posible, que fue tu maestra quien dijo muy

firme que el viento no puede mirarse,

que el viento es tan sólo una ráfaga etérea

y que sólo se observan las cosas que toca.

Quiero pedirte perdón porque en ese momento

abordé el tren de adulto y perdí de explicarte

que el viento es la espuma de un mar de

palomas, palomas pequeñas así como el polvo,

palomas que juegan y mecen las ramas,

palomas que limpian el frágil cuaderno

que flota en el aire.

Me olvidé de decirte que el viento es el auto

en que viajan los sueños, y que el claro chofer

que conduce el carruaje ha elegido el color de

una rosa en la luna. Me olvidé de decirte que el

viento se observa a través de un cristal que

se esconde en los libros. Me olvidé de decirte

que hay una palabra que pone en tus ojos las

gafas más tersas. Con ellas contemplas el centro

del mundo, el hilo de añil que sostiene la

estrella, la boca del viento, los magos que habitan

allá tras la noche.

Sabrás al amar las palabras que existe un lunar en

los labios solares, que el mar sabe hablar los

idiomas del cielo, que el átomo acoge una casa

pequeña en que habitan los ríos.

Sabrás defenderte de insípidos rostros que nada

han sembrado.

Sabrás que a lo lejos existe una niña que sueña

volar en su escoba encantada.

Esa palabra tendrás que aprenderla al sentir la

mirada que asoma a tus ojos.

Y una vez que esa palabra, la palabra poesía, se

hospede en tu sangre ya no dudarás del cirquero

del viento.

Y cuando te digan que el número cero no tiene

un amigo no asientes tu rostro, alza tu voz y

declara que ahí, en la esfera de leche se encuentra

flotando una rosa violeta, una rosa lunar donde

el tiempo pasado descalza sus pies y recuesta su

cuerpo en un tibio rincón de un sofá anaranjado.



Fausto Vonbonek.



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