sábado, 18 de marzo de 2017

Él se mantuvo en silencio. Ella nunca imaginó que cupieran tantas mariposas en su estómago.
A él le pareció mucho más bonita en persona. Ella no conseguía mirarle por más de un instante seguido.
Al unísono y tímidamente, comenzó a esbozarse una sonrisa en sus rostros. A ambos les palpitaba el corazón al punto de ser apreciable desde los ojos del otro.
Aún cabían unos pasos entre ellos. Había sido larga la espera pero no sabían cómo quererse ahora que ya no eran palabras. S...e acercaron.
Su piel les recordó todos sus nombres y ellos los reconocieron. Se pronunciaron en un largo abrazo y surgió el beso que había quedado a la espera del beso siguiente en algún lugar del tiempo y de lo más profundo de la memoria.
Entonces, como si se hubiera formulado un extraño sortilegio, surgieron aromas a incienso, crepitares, lejanos cantos, latidos de tambores, brisas entrecortadas, arrullo de olas...
Entre saliva, y sin lugar a dudas se supieron.
Se hizo negra la noche que duró lo que dura un beso.
Se elevaron, giraron como los planetas en torno al gran fuego.
No cabían ni dudas, ni tiempo, ni frío en aquel abrazo.
Cuando abrieron los ojos estalló el primer mundo.

Teresa Delgado © 2015

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