martes, 19 de julio de 2016

    Y la madera supo. Y supo el viento.
    Y rechinó una fábula de cañas.
    Perfiles a nacer, tímpano el tiempo,
    acudieron a fuerza y a mansalva,
    porque el sonido al fin, porque la sombra,...
    sabían del milagro y lo danzaban.
    Rondaba el vegetal, crujía el brote
    con el sol acoplado a las espaldas,
    con duras cuñas de vigor en lo íntimo
    y un diluvio de hongos y de malvas.

    Desde entonces a mí: la esfera ciega,
    la potencial succión, la llamarada,
    la cadencia creciendo en locos círculos
    sus gigantes de música en mi carne:
    tanto como la piedra y siempre el agua
    me aturden la guitarra con sus viajes,
    emigran sus estrellas por mi boca,
    pregonan sus rituales con mis manos.
    Armando Tejada Gómez

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