miércoles, 29 de junio de 2016

Y entonces tú.
Entonces me creciste
de un eco dulce que en la fe llevaba.
Yo te besé en la luz,
donde se besan...
la madera, los pájaros y el agua,
porque era necesario que tuvieras
un clima donde andar con tu milagro,
una lluvia de júbilo a tu diestra
y un badajo de sol por las mañanas.
Era tan necesario darte espacio,
lugar en la canción,
sitio en el alba,
mientras yo hilaba mi canción agreste
con el viento que hilaba tu costado.
Por eso fue distinto,
parecía
que el río te llevaba de la mano
para que hasta la sal te conociera
antes de ser espuma entre las aguas.
Ibas hacia la noche como el día
con un paso apagado y otro en llamas,
lenta de tu misterio,
promovida
por un rumor de niños y campanas.
Y hubo que hacer de nuevo cada cosa:
la minuciosa flor, la lluvia;
tanto
que llegada al amor no fue posible
penetrar en lo muerto y olvidarte,
porque tú,
fundadora, regresabas
hasta habitar mi voz con tu imbatible
diapasón de nacer,
prieto en la carne;
propagadora de la miel del mundo,
llegaste a mi canción con tu rescate
y en realidad fue nueva cada cosa
a partir de la luna en que llegaste.
Armando Tejada Gomez

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